El círculo

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La primera vez que fui a al teatro en Madrid fue en el Círculo de Bellas Artes. Se representaba La secretaria de Natalia Ginzburg, protagonizada por Marta Fernández Muro y dirigida por una tal María Ruiz. Yo estaba por entonces en mi penúltimo año de carrera, y mi vínculo con el teatro era tan solo la afición.

Muchos viajes a Madrid después, volví a ver actuar a Marta Fernández Muro en una pieza de microteatro. Fue en Microteatro por dinero, un local por entonces recién abierto al que acudí por consejo de mi buena amiga Noelia Rosa. A Noelia la había conocido también en mi penúltimo año de Bellas Artes, aunque no solíamos coincidir mucho por la facultad, ya que ella siempre había tenido muy claro que quería dedicarse al teatro, actividad a la que dedicaba la mayor parte de su tiempo. Nos habíamos vuelto a reencontrar estudiando dirección y, casualidades de la vida, nuestra profesora era María Ruiz.

La experiencia del microteatro me fascinó, y desde entonces no ha habido viaje a Madrid sin escapada a Microteatro por dinero, que con el tiempo se ha convertido en un off de referencia. Nunca imaginé que uno de esos viajes sería para estrenar allí mi propia obra de microteatro —La confesión, un magnífico texto de Jesús Ortega en el que he tenido el placer y el privilegio de dirigir a una maravillosa Ana Ibáñez — . Al estreno vinieron muchos amigos, entre ellos María Ruiz, de quien tengo la suerte de seguir aprendiendo.

Al día siguiente de nuestro estreno en Microteatro por dinero se reestrenaba en Madrid Cinco horas con Mario y tuve la oportunidad de escaparme para —por fin— ver a Lola Herrera en ese mítico papel. Mientras esperaba a que diera comienzo la función, me recordaba veinte años atrás sentado en ese mismo patio de butacas del teatro del Círculo de Bellas Artes, viendo La secretaria de Natalia Ginzburg sin poder imaginar la importancia que su directora habría de tener en mi vida. Y pensaba en todas estas casualidades y en muchas otras anécdotas, y en las personas que me han acompañado y me siguen acompañando en esta aventura de dirigir. Y me sentí inmensamente afortunado.

Las dos Rositas

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Cuando diseñas carteles para teatro –o cubiertas literarias–, tarde o temprano sucede que tienes que volver a enfrentarte a una obra que ya habías analizado hasta sintetizarla en la que consideraste la perfecta sinopsis gráfica, pero que ahora tienes que ser capaz de releer, en cierto modo, como la primera vez. Es por eso que recibí la propuesta del Centro Federico García Lorca de crear la imagen para la lectura dramatizada de doña Rosita la soltera con ilusión, pero también con cierto temor.

Yo ya había diseñado hace años el cartel para la Rosita de Teatro para un instante. Una propuesta bastante convencional –dicho esto sin ningún matiz peyorativo, puesto que me refiero tanto a la puesta en escena como a la gráfica que yo creé– que venía a subrayar la parodia de lo cursi que Lorca lleva acabo en este texto. El montaje estaba protagonizado por la actriz Carmen Huete que realizaba una soberbia interpretación de las tres edades por las que discurre el personaje de Rosita a lo largo de la obra. Quedé muy impresionado por el trabajo de Carmen y quise también, de alguna manera, rendirle homenaje con mi trabajo.

Volviendo al encargo del Centro Lorca, he tenido la inmensa suerte de que Sara Molina, directora de esta lectura, me haya permitido inmiscuirme en sus ensayos. Mis temores de caer en la repetición se disiparon desde el primer momento en que asistí a su proceso creativo. La plasticidad de la propuesta escénica de Sara ofrece un enorme abanico de posibilidades con las que un diseñador puede dialogar con facilidad en la búsqueda de esa perfecta sinopsis que un cartel debe ofrecer del espectáculo al que pone imagen.

Rosita - Teatro para un instante Rosa mudable

Héctor Eliel, el secreto de «El secreto»

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Cuando me decidí a montar El secreto de Susana para completar un programa doble con mi primer montaje La voz humana solo una cosa tenía clara, y era que el personaje de Santé tenía que ser interpretado por Héctor. La principal razón era que quería mantener los mismos elementos escenográficos con que ya contaba, de modo que el sofá y el piano debían permanecer en escena. Pero en esta ocasión no quería que el pianista fuera un elemento de extrañamiento como sucedía en La voz humana, ni tenía sentido romper el triángulo formado por los condes Gil y Susana y su criado mudo. La decisión estaba tomada: puesto que no podía prescindir del pianista ni del criado, ambos tendrían que ser interpretados por la misma persona.

Recuerdo el horror de María Ruiz –mi querida y admirada profesora de dirección– cuando le conté mi idea, que le pareció imposible de realizar. Yo estaba muy tranquilo: «María, si me he decidido a hacer esto es porque sé con qué pianista cuento». Y efectivamente, tal y como yo esperaba, la idea no solo no me causó problemas en el montaje, sino que se convirtió en el eje principal de nuestra versión de esta obra.

Con su inagotable entusiasmo, y una capacidad técnica fuera de lo común que alcanza su máxima expresión en el más difícil todavía, Héctor me ha ayudado a exprimir al máximo las posibilidades humorísticas de esta doble responsabilidad en un ejercicio de perfecta sincronía con los cantantes Elena Simionov (soprano) y Víctor Cruz (barítono), quienes pronto se mostraron ilusionados con tan descabellada idea y, al igual que Héctor, han aportado soluciones, talento… y ganas de pasarlo bien en el escenario.

Héctor E. Márquez - Pianista y Santé en «El secreto de Susana»

Héctor E. Márquez – Pianista y Santé en «El secreto de Susana»