Cuando diseñas carteles para teatro –o cubiertas literarias–, tarde o temprano sucede que tienes que volver a enfrentarte a una obra que ya habías analizado hasta sintetizarla en la que consideraste la perfecta sinopsis gráfica, pero que ahora tienes que ser capaz de releer, en cierto modo, como la primera vez. Es por eso que recibí la propuesta del Centro Federico García Lorca de crear la imagen para la lectura dramatizada de doña Rosita la soltera con ilusión, pero también con cierto temor.
Yo ya había diseñado hace años el cartel para la Rosita de Teatro para un instante. Una propuesta bastante convencional –dicho esto sin ningún matiz peyorativo, puesto que me refiero tanto a la puesta en escena como a la gráfica que yo creé– que venía a subrayar la parodia de lo cursi que Lorca lleva acabo en este texto. El montaje estaba protagonizado por la actriz Carmen Huete que realizaba una soberbia interpretación de las tres edades por las que discurre el personaje de Rosita a lo largo de la obra. Quedé muy impresionado por el trabajo de Carmen y quise también, de alguna manera, rendirle homenaje con mi trabajo.
Volviendo al encargo del Centro Lorca, he tenido la inmensa suerte de que Sara Molina, directora de esta lectura, me haya permitido inmiscuirme en sus ensayos. Mis temores de caer en la repetición se disiparon desde el primer momento en que asistí a su proceso creativo. La plasticidad de la propuesta escénica de Sara ofrece un enorme abanico de posibilidades con las que un diseñador puede dialogar con facilidad en la búsqueda de esa perfecta sinopsis que un cartel debe ofrecer del espectáculo al que pone imagen.